La elevada altura sobre el nivel del mar es, sin duda, un gran
obstáculo para las actividades humanas; las fisiológicas, las económicas
y hasta las diplomáticas.
Bolivia es considerado un
país de altura, “el país altiplánico” según la prensa extranjera, no
obstante que la mitad de su territorio esté en el llano. A esa condición
se atribuye, generalmente, la lentitud de nuestro desarrollo, agravada
por la ausencia de una salida al mar. No ocurre lo mismo con la
sociedad, en la que la gente alta suele ser considerada aventajada
respecto de la baja, si damos crédito a algunas expresiones del habla
corriente, como estar o no estar “a la altura”. Asimismo, las personas
más bajas —hacía notar agudamente Milton Berle— sufren el intolerable
perjuicio de que “cuando llueve son las últimas en saberlo”.
De
manera similar, Bolivia posee algunas ventajas notables con relación al
hecho de que no todos los países están “a su altura”. Una es la
condición de “laboratorio natural”: la claridad del cielo y el menor
espesor de la atmósfera permiten instalar los mejores observatorios
astronómicos y climáticos en sitios elevados. Otra ventaja ha sido
recientemente difundida por algunos medios con el tema de los “vinos de
altura”.
Desde un tiempo a esta parte, algunas
bodegas tarijeñas han estado publicitando sus vinos con ese título, pero
la referencia era básicamente alegórica: “de altura” en el sentido “de
calidad”. Hace algunos años, visité las bodegas de esos vinos y pude
comprobar que sus dueños desconocían el contenido real y el potencial de
esa propaganda. En realidad, el vino producido en altura tiene
cualidades que lo hacen preferible a otros vinos.
Una
de esas propiedades es el elevado contenido de “resveratrol”, un
compuesto químico que ha saltado a la fama a raíz de algunos estudios
que lo relacionan con la baja incidencia de enfermedades del aparado
digestivo en la población francesa, la mayor consumidora de vinos tintos
en el mundo. Pero ¿qué tiene que ver el resveratrol con la altura?
Mucho. Sucede que esa sustancia se forma por efecto de la radiación
ultravioleta (RUV) sobre la cáscara de la uva, de manera que a mayor
altura, mayor RUV y, por tanto, mayor cantidad de resveratrol en el vino
tinto.
Sin embargo, las cosas en la naturaleza no
siempre son así de simples. Gracias a un proyecto sugerido por el
Laboratorio de Física de la Atmósfera de la UMSA y realizado por el Dr.
Marco Taquichiri de la Universidad de Tarija, se ha verificado no sólo
que el contenido de resveratrol se incrementa con la altura, sino que
algunas cepas logran sintetizar esa sustancia en mayor cantidad que
otras, en similares condiciones ambientales. Sin embargo, se podría
objetar que, si de tomar resveratrol se trata, bastaría ingerir tabletas
de ese compuesto, existentes en el mercado y a bajo costo. Pero no es
lo mismo tomar resveratrol en el vino tinto que ingerirlo en tabletas, y
no sólo por razones hedonísticas, debido a que en la presencia de otros
compuestos naturales en el vino tinto, junto al resveratrol, parece
estar el origen de esa propiedad terapéutica.
De
igual manera, si de tomar vino tinto y verdaderamente “de altura” se
trata, hay que buscar que esas propiedades estén acompañadas por una
mejora de la calidad de los vinos nacionales, porque, que yo sepa, nadie
toma vino por prescripción médica. Lo cierto es que, junto al
tradicional “in vino veritas”, ahora en Bolivia podemos proclamar, con
los vinos de altura, “in vino salus”.
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