lunes, 19 de marzo de 2012

Vino y letras


Beber vino es mucho más que beber por la pura y primaria necesidad de apagar la sed. Si un vivo es bueno, esconde una multitud de matices, y disfrutar de él supone ahondar en su origen, descubrir sus aromas, y sus sabores como quien desentraña los secretos de una obra de arte. Un amante del vino y un literato se parecen en que ambos trascienden lo accesorio; tanto así que a lo largo de la historia de la humanidad muchos escritores han tenido una relación estrecha, y otras veces francamente adictiva con el alcohol, que ha marcado tanto su vida como su obra.

Las primeras citas aparecen en la Biblia, más propiamente en la Bodas de Canaá, cuando Jesús transforma el agua en el mejor vino de la fiesta.

En Las Mil y Una Noches, si bien en la religión musulmana el alcohol está prohibido, algunos pasajes tienen al vino como protagonista; en una edición de mediados del 1800 hay un delicioso cuento titulado Historia de Nouredin y de la Hermosa Persa, en el que el hilo conductor de las aventuras del protagonista es el vino, donde... "finalmente el héroe y la bella beben en abundancia y brindan generosamente con el vino de la felicidad".

El vino fue amigo inseparable del dramaturgo Lope de Vega, del poeta Francisco de Quevedo y del Siglo de Oro español en general. Arturo Pérez-Reverte, español famoso por la saga del Capitán Alatriste, rinde homenaje a Lope de Vega mostrándolo como espadachín borracho y mujeriego, en un ambiente de sucios mesones donde fluye el vino.

La unión más fértil entre vino y literatura se da entre los siglos XIX y XX; algunos autores como Baudelaire, Dostoievski, Swinburne, Bukowski, Capote y hemingway, veían en el alcohol -y en las drogas- una manera de expandir el horizonte de creativo del artista, liberando los límites de la razón y otorgándole una nueva libertad creativa.

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