lunes, 26 de marzo de 2012

Vinos y singanis cargados de tradición


Cada sorbo de estos vinos sabe a historia. Una historia recóndita, cargada de conocimiento, experiencia y tradición. Detrás de un producto final hay un trabajo minucioso que demanda paciencia y cuidado. Es cuestión de entregar la vida en los viñedos.

La familia Granier lleva el vino y el singani en las venas. Crecieron con las uvas, como un legado que trascendió cuatro generaciones, siempre con la misma pasión.

En 1925, Julio Ortiz Linares fue el pionero en la industrialización del singani en Bolivia. “Después mi abuelo Luis Granier Ballivián aprendió las técnicas y trajo todo ese conocimiento a Tarija en 1881”, cuenta Luis Pablo Granier, actual gerente de producción de las empresas nacionales Campos de Solana y Casa Real.

Pasaron 30 años desde que pusieron los primeros cimientos de esta empresa, que actualmente produce 1,5 millones de botellas de vino y 3,5 millones de botellas de singani cada año.

Y aunque se trata de procesos ligeramente diferentes, para ambos casos febrero y marzo son meses cargados de ilusión, porque en ellos se percibe “el fruto de un año de trabajo”, con la celebración de la vendimia.

De los viñedos a las bodegas

Desde una colina del valle Santa Ana se aprecian interminables terrenos de vid. Acomodados en largas y ordenadas hileras cuelgan racimos de uvas de diferentes tamaños, colores y sabores.

Desde hace dos años, Alfredo Herrera es capataz de 84 viñas, donde se produce uva malbec, cabernet, merlot, rubí, tempranillo, alicante y moscatel de alejandría, a 1.900 metros sobre el nivel del mar.

Junto a él, 25 cultivadores se ocupan de cuidar las plantas, colocando las varas para sostener el tallo y haciendo curaciones durante el crecimiento del fruto.

“Primero verificamos que la uva esté dulce y con buen tamaño; después la cosechamos manualmente”, cuenta Herrera.

Si el fruto todavía no está maduro, tiene olor a pimiento verde. Éste, aunque es un aroma sutil, puede ser distinguido con facilidad por el enólogo tarijeño Nelson Sfarcich, quien tiene el olfato entrenado para diferenciar aromas y decidir el tiempo de la cosecha.

Las uvas recolectadas pasan por un trabajo de molienda que separa el racimo del fruto antes de pasar a la fermentación, donde el azúcar se transforma en alcohol.

“Es como si uno viera crecer a un hijo... vas evaluando el potencial de cada uva y las mejores tienen el privilegio de descansar en las barricas”, explica el experto.

En la sala de afinamiento de vinos hay 150 barricas de roble puestas una al lado de otra. Todas fueron traídas de Chile y tienen un tiempo de vida de seis años.

Al reposar en estos envases durante dos años, el vino pierde su rudeza, se “ennoblece” y adquiere aromas naturales de la madera.

Fue así que nació la Colección de Altura de Campos de Solana, con una edición limitada de 4.000 botellas y que reúne tres variedades de uva: cabernet sauvignon, malbec y merlot.

Por sus 12 años de antigüedad y su reposo en botella durante seis meses, es un vino único y de alta calidad. Hay que probarlo para sentir el fresco aroma de sus frutos rojos y su densa textura.

El singani es 100% boliviano

El singani nació en las minas bolivianas en la época de la Colonia. En busca de una bebida que mantenga despiertos a estos obreros, realizaron procesos caseros de destilación, perfeccionando lo que ahora es una bebida de lujo.

“La moscatel de alejandría es la uva reina de Tarija, porque es muy afrutada y da perfumes únicos que se transmite en el producto final del singani”, dice Granier.

Este tipo de uva es exclusiva para esta bebida transparente, que contiene 40 grados de alcohol.

Casa Real produce anualmente siete millones de kilos de moscatel de alejandría que pasan por un proceso de fermentación en tanques de cobre durante diez días.

Después el proceso de destilación dura un año y es determinante en el sabor. “Es como partir el corazón y llegar al alma”, explica el chef francés Eric Lacoste, representante de marca.

Esta empresa cuenta con seis alambiques y una columna de destilación de última tecnología que fueron importadas de Francia y permiten optimizar el proceso.

Una vez lista la bebida, el proceso de embotellamiento es un trabajo monótono en el que intervienen diez obreros de la empresa.

Fabiola Espíndola trabaja 25 años como embotelladora y fue testigo del crecimiento de la producción. “Es un ambiente tranquilo, pero se necesita fuerza y voluntad para cargar las botellas”, comenta la chapaca.

La penetrante fragancia de la fruta cautiva los sentidos al simple contacto con una copa del tradicional singani “Don Lucho”.

Tanto en la finca como en la bodega se respira el olor de la uva con gran nitidez. Y aunque beber el vino y el singani es cuestión de costumbre, es imposible no apreciar el esfuerzo y genuino sabor que contiene cada copa.

“El olfato es memoria”, dice Lacoste. Por eso, antes del primer sorbo es imprescindible oler y recordar la historia que guardan estas bebidas bolivianas.(TATIANA SANABRIA - PÁGINA SIETE)

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