jueves, 11 de agosto de 2011

Sobre los enredos del sexo: las comedias de Rodrigo Ayala (Mauricio Souza)


Día de boda (2008) e Historias de vino, singani y alcoba (2009) son las dos primeras partes de una anunciada trilogía de comedias de Rodrigo Ayala. En ellas, el director busca algo concreto: trazar enredos, construir confusiones, tramar trampas en torno a un repertorio de personajes más bien abundante y siempre móvil (pues éste, en parte, es un tipo de comedia que exige el desplazamiento constante,  el “fuera de lugar”, la confusión espacial de sus personajes que, paradójicamente, nunca salen de los mismos espacios). Y, al hacerlo, Ayala intenta a la vez dar cuenta de un universo cultural específico: la Tarija algo provincial de la clase media-alta, esa conformada por políticos (cuando no pedían asilo en otros países), “profesionales” y “buenas familias”.

Se trata, en suma, de un intento de aclimatar como comentario social las pautas de lo que, tradicionalmente, se llama “screwball comedy”. De este género, retoma varios de sus ingredientes: el uso de tipos (siempre cercanos al estereotipo), su desconfianza de los silencios y momentos muertos (pues es un tipo de comedia que rehúye la inactividad o contemplación), su uso de los rituales del cortejo y de la esperanza del matrimonio como motores narrativos.

De estos dos primeros capítulos de la trilogía, el que mejor funciona es el segundo, lo que habla, sin duda, de un aprendizaje. Aunque correcto ejercicio de género, en Día de boda terminan dominando aquellas que no sino las limitaciones del ejercicio y su producción (actores no profesionales, de trabajo desparejo; música algo obvia). Además, aunque no carezca de buenos momentos, su guión se distrae en los desplazamientos (del raptado padre de la novia) y, al final, se apura demasiado tratando de cerrar sus asuntos.

 Historias de vino, singani y alcoba –además del tenue hilo conductor anunciado por el título– ofrece una serie de viñetas independientes en torno a lo que es una antropología de clase, retratada en sus rituales de apareamiento. De estas historias, unas funcionan mejor que otras, quizá a partir de un hecho: son mejores aquellas en las que Ayala no intenta atar todos los cabos o trazar una moraleja demasiado explícita. Por eso, por ejemplo, me parece que los relatos más breves son los más logrados: la negociación en un motel, previo intercambio sexual, entre un catedrático y su alumna por la nota que ameritará ese mismo intercambio (escena que se torna brutal por la naturalidad algo distraída, casi de regateo con la caserita, que la caracteriza). O la historia de la pareja camino a su primera relación sexual y que, del lado masculino, supone absorber en el camino previo una serie perlas de la sabiduría “viril” masculina.

En general, estas películas de Ayala rondan un mismo modo o exploran un mismo mecanismo (ya presente en el género): la distancia entre aquello que se dice y lo que se hace. Esta distancia no es sino la que una clásica definición llama ideología: decimos hacer algo mientras hacemos otra cosa. En el caso de sus películas, esa distancia tiene que ver con el discurso patriarcal de bar (y sus groseras exageraciones) y la simple realidad (o banalidad) de las transacciones amorosas-sexuales.

Obviamente, reclamarle a estas películas que no sean algo que no quieren ser acaba convirtiéndose en un gesto no sólo narcisista sino inútil. Son comedias, son ligeras, suponen enredos y tipos. Y, como lo que son, ocupan un lugar entre las recientes exploraciones del cine boliviano.

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